Monsieur Pain, una "novelita"
que me recomendaron que no leyera, con la cual Roberto Bolaño ganó un concurso
literario en España, habiendo previamente resultado finalista en otro, gracias
a la martingala de cambiarle el nombre y nada más, fue una de mis últimas
lecturas de 2012. No puedo decir que me arrepienta de haberla leído, y creo que
se la ha valorado en forma insuficiente. No ofrece, es verdad, grandes innovaciones
literarias; en líneas generales, el trato del tiempo es lineal (no exento de alguna
sucinta vuelta al pasado, cada vez que la historia lo amerita), no existe una
polifonía de voces ni se observan contrapuntos entre diferentes narradores y,
en consecuencia, el punto de vista es unívoco. Sin duda, Los detectives salvajes ofrece un mucho mayor despliegue técnico.
Sin embargo, Monsieur Pain no puede ser
subestimada, en la medida en que aborda una veta diferente, que recuerda, en
buena parte El Castillo de Kafka, y
en ciertos pasajes, El Proceso.
Monsieur
Pain, cultor del Mesmerismo o magnetismo animal, recibe el encargo, de parte de
madame Reynaud (de quien resulta estar, inconfesadamente, enamorado), de salvarle
la vida a Monsieur Vallejo, quien se encuentra enfermo, internado en una
clínica parisina, sin que los médicos que lo atienden puedan dar con el origen
de su mal. Monsieur Vallejo resulta ser César Vallejo, detalle menor, toda vez
que la historia se desenvuelve por sí misma, y hubiese podido escribirse, sin ningún
tipo de mermas, aun si el paciente no hubiese sido el poeta; ni siquiera era
necesario que el paciente fuera extranjero. Es, a mi modo de ver, una
reminiscencia de ese Bolaño que a veces nos asfixia con literatura acerca de
literatos (peor aún, de literatura sobre literatura, ya que otros autores, como
Carlos Fuentes, en Gringo Viejo, son
capaces de encantar al lector con una historia como la muerte de Ambrose Bierce,
en la medida en que esta se desarrolla en el ámbito de la ficción y no de la erudición,
o como Raymod Carver, en Tres rosas
Amarillas, cuyo argumento gira en torno a la muerte de Anton Chejov). Sin
embargo, en el prólogo de la novela que comento, Roberto Bolaño deja ver que la
muerte de Vallejo y la deficiente atención que recibiera durante su enfermedad,
fue uno de los motivos, si se quiere inspiradores, que tuvo al momento de
escribir la historia. De algún modo, a quienes amamos literatura, la alusión al
poeta nos lleva a acercarnos más a la historia; pero toda expectación que pudiera
haber en ese sentido, no pasará de eso: expectación.
Monsieur
Pain es un personaje, para nosotros, extraño, un hombre que vive de una pensión
otorgada por el estado, cultor del mesmerismo, mediante el cual intentó, infructuosamente,
salvar la vida al esposo de madame Reynaud. A despecho de este antecedente, la
propia madame Reynaud, le pide salvar a César Vallejo, lo que de algún modo equivale
a una segunda oportunidad, una chance para salvaguardar el prestigio de su
oficio. Hasta este punto, la postura del lector podría encontrar en Monsieur
Pain un héroe romántico. Nada más lejos, sin embargo, del rumbo que tomará la
historia.
Y
no sólo en este punto la novela es engañosa. El trasunto ideológico podrían
llevarlo a uno a suponer un relato propio de la modernidad, contracultural, si
se quiere, aunque sólo una mirada retrospectiva pueda dictar esta opinión. No
hay, sin embargo, una voz que valide las creencias del personaje principal, no
existe una apologética, ni siquiera subterránea, ni tampoco, una diatriba ni
una crítica, ni siquiera un dejo de sorna en el narrador. En este sentido, el
narrador es de una neutralidad sorprendente, a pesar de relatar la historia en
primera persona. La voz del autor no se entromete, el narrador, a su vez, se
limita a lo narrado, y es en este sentido que se puede inscribir esta novela en
el ámbito de la post modernidad; nada, o casi nada, sabemos de Monsieur Pain –
exceptuado lo estrictamente necesario como para que la historia funcione. Nada o
casi nada sabemos de los demás personajes, no sólo de aquellos nimbados de
misterio, como los dos españoles que siguen a Monsieur Pain; Vallejo, por
ejemplo, podría haberse llamado "el
enfermo" y nada habría cambiado. Un mundo de desconocidos, si se quiere.
De algún modo, también, un mundo como el nuestro, a despecho de las costumbres
y el calendario. Aún no se ha instalado, empero, el mundo de la imagen y la
imaginería, y quizá esto salve a Monsieur Pain de ser una alegoría de la post
modernidad. Sin embargo, la novela está atravesada por fuerzas misteriosas, o
al menos desconocidas por los personajes, por el narrador y, consecuentemente,
por el lector. Fuerzas que se interponen en el cumplimiento, por parte de Monsieur
Pain, de la tarea encomendada por madame Reynaud, y que recuerdan los vanos
esfuerzos de K por acceder al castillo, en la novela de Kafka. En un tono menor,
por cierto; bastante menor. Monsieur Pain no persevera, incluso acepta un
soborno. ¿De parte de quién? Pues de los misteriosos españoles, que por algún
motivo, que permanece en la penumbra, no desean que Pain trate a Vallejo,
aunque decir "no desean" quizá sea excesivo: los españoles ni siquiera
se muestran "deseosos"; al principio de la historia actúan de un modo
que hace suponer que son agentes de la ley, espías o, en el mejor de los casos,
policías, y que existe una suerte de conspiración en torno a Vallejo; sin
embargo, hay un momento en que se deja entrever que todo pudiera tratarse de
una broma, situación tan inexplicable como cualquier otra, en especial si se
considera que Monsieur Pain no es víctima de ningún tipo de represalia a pesar
de no haber cumplido la palabra empeñada cuando recibió el soborno.
La
pareja de españoles que lo sobornan, recuerda, a fin de cuentas, a aquellos dos
bizarros personajes que notifican a K del proceso en su contra, y a los ayudantes
que se le imponen a K, en El Castillo.
Los avatares de Pain en la clínica en la cual se encuentra internado Vallejo,
con sus corredores que se curvan y se tornan por momentos interminables, recuerdan
un pasaje de El proceso: la
comparecencia de K frente a los funcionarios de la ley en aquel conventillo de
aires surrealistas, de arquitectura laberíntica y proporciones que no se
ajustan a ninguna lógica. También recuerdan los esfuerzos de K –el otro K, el
de El Castillo– por acceder a Klam,
en la posada, y en último término, a la administración.
K
no consigue su propósito –ninguno de los K lo hace– ; pero su lucha es épica. Monsieur Pain, en cambio, vuelve a la mediocridad,
sin que, en definitiva, resulte transformado o siquiera profundamente tocado
por la experiencia. Una ética sin duda, post moderna.